"Nos une un gran sueño: Queremos que San Martín de Paras sea un distrito"

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miércoles, 2 de noviembre de 2011

A PROPÓSITO DE LA PRUDENCIA EN LA ÉTICA ARISTOTÉLICA



INTRODUCCIÓN
Cuando se habla de la ética o la filosofía práctica, estamos hablando, sin duda, de un entramado de asuntos que constituyen y caracterizan el ethos del hombre.  No obstante, en todo este entramado hay cuestiones más orgánicas que otras, así tenemos por ejemplo, las virtudes.  Las cuales expresan o manifiestan el modo de ser, el carácter, la personalidad, la costumbre de los hombres.  Entre las virtudes, según Aristóteles, dos son las más destacadas, a saber, la  sabiduría y la prudencia.  Desde el punto de vista  teórico la sabiduría tiene supremacía sobre las otras[1], y desde el punto de vista práctico es la prudencia la que tiene ese predominio sobre las otras, incluso sobre la sabiduría, así refiere Aristóteles al respecto, “podría parecer absurdo que siendo inferior (la prudencia) a la sabiduría, tuviera primacía sobre ella, porque lo que hace manda y ordena sobre lo hecho”[2].  La virtud de la prudencia, llamada por los griegos phrónesis, es uno de los grandes aportes de la cultura griega al despliegue de la filosofía práctica y por ende también a la historia del pensamiento humano.  Ningún otro autor ha tratado el tema con tanta profundidad y agudeza como Aristóteles.  A lo largo de la historia, efectivamente, muchos filósofos y pensadores han tocado el tema; otros con simpatía y otros con el más severo desprecio, así en el Siglo de la Luces fue considerada una virtud estúpida, y Kant la desterró de la moralidad porque su imperativo no era sino hipotético.  Prescindiendo de todas esas estimaciones cabe poner de relieve la vital importancia de la phrónesis en la vida moral de todo hombre, en tanto que la virtud hace recto el fin propuesto y la prudencia los medios que a él conducen[3].
En efecto, ¿quién no quisiera acertar en la rectitud de un medio que conduce con firmeza al fin propuesto?  En otras palabras, la prudencia consiste, en la elección de un adecuado medio, cuya eficacia se demuestra en la consecución y en la rectitud de un fin.  Con todo, en nuestro obrar cotidiano estamos sujetos a elegir constantemente y cómo quisiéramos, todos, ser prudentes para acertar en la elección del medio más apropiado para nosotros.  Precisamente porque el objeto de la prudencia es “el bien del hombre” y allí estriba su elemental importancia.  En ese sentido,  el propósito del presente trabajo es justamente esclarecer en qué consiste propiamente la phrónesis en el contexto de la ética aristotélica; por ello, en vistas de una exposición inteligible y sistemática he dividido mi trabajo básicamente en cinco partes.  En primer lugar, abordaré, grosso modo, la etimología de la prudencia.  En segundo lugar, esbozaré la definición de la prudencia.  En un tercer punto, mi objetivo es destacar la conexión de la prudencia con otras virtudes.  En el punto cuatro, me he propuesto mencionar la opinión de otros autores respecto de la prudencia.  Y por último pienso finalizar el trabajo con algunas conclusiones a modo de un balance.

ETIMOLOGÍA DE LA PRUDENCIA
Una gran cantidad de términos, conceptos filosóficos provienen de la lengua griega (clásica).  Esto justamente porque, la filosofía, según sostienen muchos autores, nace en Grecia.  Por lo mismo, también la ética, que es una disciplina filosófica, posee como legado muchos conceptos de la cultura y filosofía griegas.  Así tenemos por ejemplo el término phrónesis que se traduce por lo general como prudencia.  Ahora bien, la palabra prudencia no es, por ningún motivo, una innovación propiamente aristotélica, sino que ella ya había sido usada por Platón para referirse a un sano juicio que no afecta a ninguna actividad determinada, pero sólo porque se aplica a todas las materias humanas.  Por eso la prudencia es la virtud propia del gobernante[4].  En ese sentido, la prudencia es la virtud del que es moralmente juicioso o sano, sophron, y que se opone a la locura, sophrosyne[5].  Desde luego, el término phrónesis parece derivar de la palabra sophron por el significado mencionado.  No obstante, Aristóteles en un primer momento en muchos de sus escritos (Metafísica, M, 4, 1078b 15;  De coelo, III, I, 298b 23; Física, VII, 3, 247b 11. 18; Tópicos, VIII, 14, 163b 9; Metafísica, A, 2, 982b 4) utiliza el término phrónesis en un sentido distinto que en la Ética a Nicómaco.  En efecto, “en esos cuatro textos, Aristóteles se sirve de los términos phronein y phrónesis, constantemente asociados a epistéme o a gnosis, para designar la forma más elevada del saber verdadero, filosófico”[6].  En base a lo dicho se puede determinar que, en algún momento dentro del ámbito filosófico de Aristóteles el término phrónesis significaba o estaba vinculado a los conceptos de epistéme (ciencia) o sophía (sabiduría).
Cuando Aristóteles construye su pensamiento ético hace uso de los diversos conceptos que utilizaron sus predecesores, en ocasiones repitiendo el significado original de los términos, o a veces, perfeccionando o dando un sentido distinto a los mismos.  Esto último ocurre, por ejemplo, en lo que atañe a la palabra phrónesis, Aristóteles atribuye un significado más elaborado que el de Platón, pero no por eso se incurre en el antagonismo, sino se descubre, aunque en menor medida, que hay una cierta cercanía.  Como reitero, en los textos aristotélicos que no abordan temas éticos, la phrónesis está ligada a la ciencia y sabiduría.  Sin embargo, “en la Ética a Nicómaco la misma palabra  phrónesis designa una realidad completamente distinta.  Ya no se trata de una ciencia, sino de una virtud.  Esta virtud es, ciertamente, una virtud dianoética, pero en el interior de la diánoia, no es ni siquiera la virtud de lo sublime”[7].  Por otro lado, en lo que se refiere a las traducciones de phrónesis otros prefieren en vez de prudencia, “sabiduría práctica” o “saber práctico”.  Además de eso, como sustantivo significa: acción de pensar, pensamiento, designio, sentimiento, manera de ver, inteligencia, buen sentido, razón, sentimiento de orgullo. Y adjetivado el sustantivo “phrónesis” se convierte en “phrónimos” y significa, sensato, juicioso, que está en sus cabales, espíritu reflexivo, presencia de espíritu, conciencia de sí mismo[8].  Después de estas breves aclaraciones etimológicas, ahora pasemos a explicar en qué consiste propiamente la virtud de la phrónesis.

DEFINICIÓN ARISTÓTELICA DE LA PRUDENCIA
En primer lugar, es oportuno considerar las partes y las funciones del alma, cuyos aspectos son desplegados por el estagirita.  En consecuencia, según Aristóteles, el alma (psyjé) tiene dos partes: la parte irracional (álogon) y la parte racional (lógon éxon)[9].  La irracional a su vez se subdivide en deseosa o sensible (orektikón) y vegetativa (fytikón).  La sensible es común a los animales y a l hombre.  Y la vegetativa es compartida también por las plantas, animales y el hombre, en cuanto causa de la nutrición y el crecimiento.  En efecto, la racional también se subdivide en dos partes: la científica (epistemiké) y la parte deliberativa (boleutiké).  Entonces, “demos por sentado que son dos la partes racionales: una, aquella con la cual contemplamos la clase de entes cuyos principios no pueden ser de otra manera y otra con que contemplamos los que tienen esa posibilidad (…).  Llamamos a la primera, la científica, y a la segunda, la calculativa, ya que deliberar y calcular son lo mismo, y nadie delibera sobre lo que no puede ser de otra manera.  De suerte que la calculativa es una parte de la racional”[10]
Para una mejor comprensión ubiquemos a la virtud de la prudencia en su correspondiente lugar dentro de las virtudes dianoéticas.  Líneas arriba dijimos que la parte racional del alma se subdivide en dos partes.  Epistémica y deliberativa.  Así tenemos  en la parte epistémica tres virtudes que conciernen al conocimiento teórico o especulativo: la ciencia (epistéme), la inteligencia (noús) y la sabiduría (sophía).  Y en la parte deliberativa dos virtudes que conciernen al conocimiento práctico.  El arte (techne) y la prudencia (phrónesis).  Aquéllas tienen como objeto lo necesario y universal y éstas lo contingente y particular.  Por otro lado, las virtudes dianoéticas son “formas de relación que no tienen que ver con el ethos, sino con el pensamiento (diánoia).  Su objeto es la realización de la verdad (alétheia).  Son, por consiguiente, formas de conocer que implican en principio, la tensión concreta que la virtud ética define.  Afirmar o negar (kata phánai kai apophánai) son las formas en que se determinan esas virtudes dianoéticas.  Pero estas virtudes expresan también una determinada proyección del hombre: su relación con la verdad (aletheúei).  Con este término la psyché sale, hasta cierto punto, de la clausura a la que el ethos la había sometido”[11].
Queda así demostrado que Aristóteles “renuncia a la tesis rigorista de la unidad de las virtudes”[12].  No obstante, podría ser discutible que renuncie a la unidad aunque es claro que renuncia al rigorismo[13].  La forma de adquisición de las virtudes dianoéticas es a través de la “didaskalías”, la cual se puede traducir por enseñanza, aprendizaje, instrucción, educación, alección, ante todo, por instrucción sistemática, ya que no se trata de una simple enseñanza.  Queda, pues, aclarada el lugar propio de la phrónesis entre las virtudes dianoéticas cada una de ellas tiene funciones y características peculiares; así Aristóteles indica que la prudencia no es ni un conocimiento (o ciencia) ni un arte o técnica[14].  No es una ciencia, porque la prudencia delibera aquello que puede ser de una y otra manera (contingente), mientras la ciencia además, de basarse en la demostración se ocupa de aquello que no puede ser de otra manera (necesario).  Y no es un arte (poíesis), porque la prudencia no es una producción o creación, cuanto acción (praxis).  La producción o creación es un conocimiento sujeto a reglas y versa sobre el llegar a ser, mientras la acción es algo más complejo porque supone la deliberación, la elección y la ejecución.  Además, “el fin de la producción es distinto de ella, pero el de la acción no puede serlo: la buena actuación misma es un fin”[15].
 Aristóteles antes de definir la prudencia, además de estas distinciones preliminares hace algunos rodeos sobre lo que podría ser la prudencia.  Dice, verbigracia, “pues bien, parece propio del hombre prudente el poder discurrir bien sobre lo que es bueno y conveniente para él mismo, no en un sentido parcial, por ejemplo, para la salud, para la fuerza, sino para vivir bien en general”[16].  O a veces habla de un hombre que razona bien con vistas a algún fin bueno, o en ocasiones identifica al prudente con el hombre reflexivo.  Todos estos rodeos, en realidad, constituyen pasos aproximativos para desembocar en una definición clara y firme, en consecuencia, afirma: la prudencia “tiene que ser, por tanto, una disposición racional verdadera y práctica respecto de lo que es bueno y malo para el hombre (héxis, alethe metá lógou practikén perí ta ánthropo agathá kai kaká)”[17].  En esta definición,  una vez más, Aristóteles nos hace ver aquello que la caracteriza, lo hace singular a la prudencia.  De este modo, encontramos en dicha definición, fundamentalmente, cuatro elementos, a decir verdad; primero, que la prudencia es una “disposición” (héxis) y ésta la diferencia de la ciencia; segundo, que la prudencia atañe a la “práctica” (praxis) y ésta la diferencia del arte.  Hasta el momento la composición de esos dos elementos han hecho de la prudencia una virtud, pero para distinguirla de las otras virtudes morales, habría que añadir otra diferencia específica; dado que la virtud moral es una disposición (práctica) que concierne a la elección (proaíresis).  Así tenemos el cuarto elemento, la prudencia concierne a la “regla” de elección; aquí no se trata de la rectitud de la acción, sino de la exactitud del criterio; porque la prudencia, como traducen otros, es una disposición práctica acompañada de regla verdadera (alethe metá lógou).  Sin embargo, este último punto podría aplicarse también a cualquier otra virtud intelectual, pero para distinguirla de ésta contamos con una cuarto elemento, que es precisamente, que la prudencia no se refiere como por ejemplo la sabiduría al bien o al mal en general, o al bien o al mal absolutos, sino al bien y al mal “para el hombre” (perí ta ánthropo agathá kai kaká). 
En consecuencia, estos cuatro aspectos aludidos, naturalmente, nos inducen a pensar que la virtud de la prudencia es algo esencial en la vida de todo hombre.  Ahora bien, ¿cuál es el camino recorrido por Aristóteles para llegar a este desenlace? En base a las propias expresiones del estagirita podemos colegir que, el método empleado en este análisis, es el método inductivo, utilizando los términos contemporáneos lo llamaríamos un “método fenomenológico descriptivo” y obviamente haciendo la salvedad de que el punto de partida no es un dato de experiencia, sino un uso lingüístico –considerado él mismo como un modo de manifestación de las cosas mismas –, es habitual en Aristóteles cuando se trata de definir virtudes y pasiones.  Por eso, “Aristóteles afirma que llegaremos a entender lo que es la prudencia, fijándonos en aquellos a los que llamamos (légomen) prudentes.  Y los llamamos prudentes, porque así nos parecen, porque sabemos ya por la tradición, la forma, los escritos, que los son.  Este ser está recogido en el decir.  Hemos llegado a llamarlos prudentes, porque otros han dicho sus actos de prudencia, porque otros han descrito o interpretado lo que hicieron.  La ética se forja sobre este decir”[18].  Está claro, por tanto, que el método utilizado en el estudio de la prudencia es el método inductivo, pero que parte del lenguaje (del “decir”, “llamar”) y no de un dato de la experiencia. Esto se pude comprobar, porque Aristóteles cuando habla de los modelos de las virtudes, no habla de personajes con quienes haya tenido un trato directo, sino se basa en lo que la tradición “dice” de esos personajes; por ejemplo, en el texto de los Analíticos, se menciona a Alcibíades, a Aquiles, a Ayax, a Sócrates, a Lisandro, a los que Aristóteles, sin duda no pudo “ver” en sus actuaciones.  Algunos de ellos son, incluso, personajes literarios.  Su magnanimidad no es, pues, real, sino que se desplaza ya en el espacio abstracto y teórico también del lenguaje. Modelos construidos por los otros, ideales encarnados en palabras que “hablan” de cómo son los hombres, el sueño aristotélico de la experiencia vuelve, de nuevo, a encontrarse con la memoria.  Porque, efectivamente, todo es lenguaje, todo descansa en la interpretación, en ese phainoménon agathón, en el “bien aparente”, en el espejo de las palabras.[19]
Por otro lado, en su intento de dilucidar mejor el tema de la phrónesis plantea una constante, que consiste en hacer un claro deslinde, la prudencia de la sabiduría.  Mas, dicho deslinde no estriba en una contradicción, sino en una diferenciación de identidad, y ésta permite la complementariedad entre ambas.  En ese contexto, “la prudencia, tiene por objeto lo humano y aquello sobre lo que se puede deliberar, en efecto, afirmamos que la operación del prudente consiste sobre todo en deliberar bien, y nadie delibera sobre lo que no puede ser de otra manera, ni sobre lo que no tiene un fin, y éste consistente en un bien práctico, el que delibera bien absolutamente hablando es el que se propone como blanco de sus cálculos la consecución del mayor bien práctico para el hombre.  Tampoco versa la prudencia exclusivamente sobre lo universal, sino que tiene que conocer también lo particular, porque es práctica y la acción tiene que ver con lo particular.  Por esta razón también algunos, sin saber, son más prácticos que otros que saben, sobre todo los que tienen experiencia;  así si uno sabe que las carnes ligeras son digestivas y sanas, pero no sabe cuales son ligeras, no producirá la salud, sino más bien el que sepa que las carnes de aves son ligeras y sanas.  La prudencia es práctica, de modo que se deben poseer ambas (sabiduría y prudencia), o preferentemente la prudencia”[20].  Una vez más, aunque parezca redundante, en esta no tan breve descripción de la phrónesis, se resalta los caracteres propios de ella.  Por ejemplo, se habla de que la prudencia implica “lo humano”, “el deliberar bien”, “lo contingente”, “la consecución del mayor bien práctico para el hombre”, “lo particular”, “la experiencia”.  Todos estos aspectos están involucrados, de alguna forma, en los cuatro elementos antes señalados.  A propósito de “la experiencia” (empeirían) cabe decir que, según Aristóteles es un punto elemental en lo que toca a la prudencia.  Sin experiencia, simple y llanamente no hay prudencia.  Por consiguiente, no se puede hablar de niños y jóvenes prudentes, puesto que, ellos no cuentan con la experiencia requerida[21].  Asimismo, el deliberar bien no es propio del sabio ni del inteligente, cuanto del prudente, y la buena deliberación absolutamente hablando es la que se endereza al fin, sin más; y una buena deliberación determinada es la que se endereza a un fin determinado.  Por tanto, la buena deliberación (bebuleusthai) consistirá en una rectitud conforme a lo conveniente para el fin aprehendido por la verdadera prudencia.
Es necesario distinguir también, que el entendimiento y la prudencia no son lo mismo.  En efecto, la prudencia es normativa, prescriptiva, aquella que determina qué se debe hacer y qué se debe evitar, pues tal es el fin que se propone, mientras que el entendimiento es sólo discriminativo.[22]
Antes de concluir, la exposición de esta parte cabe recalcar un punto básico y es aquello, que “el hombre lleva a cabo su obra mediante la prudencia y la virtud moral, porque la virtud hace recto el fin propuesto y la prudencia los medios que a él conducen”[23].  Es decir, la orientación de la prudencia, no es en absoluto, el fin de un obrar, sino los medios que nos llevan a ese fin.  Y no cualquier medio, indistintamente, sino aquel medio que se caracteriza por su rectitud, conveniencia (en el sentido de que conviene y es bueno para el hombre) y exactitud.  Naturalmente cuando nos proponemos un fin determinado (por ejemplo la virtud) hay una multiplicidad de medios que se nos ofrecen a la vista, pero no todos poseen lo recto, lo conveniente y lo exacto, y es función propia de la prudencia deliberar y elegir de esa multiplicidad de medios, uno que posee tales caracteres.  Desde luego, en el acierto de tales medios verdaderos y rectos consiste uno de sus papeles primarios de la prudencia; entonces diremos, a su vez tales medios hacen que la prudencia tenga por objeto lo que es justo, lo honroso y bueno para el hombre[24].

LA RELACIÓN DE LA PRUDENCIA CON LA VIRTUDES ÉTICAS
A mi modo de ver, la relación entre la phrónesis y las otras virtudes, es una relación necesaria; dado que, es imposible que hayan otras virtudes sin la prudencia, es decir, ella es la condición “sine qua” la realidad de cualquier otra virtud es ilusoria.  Pues, precisamente en la mismísima definición aristotélica de la virtud hay una referencia explícita a la phrónesis.  Dice, en efecto, “la virtud (areté) es un hábito (héxis) electivo (proairetiké) que consiste en un término medio (mesótes) relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello por lo cual decidiría el hombre prudente (phrónimos)”[25]
Desde luego, queda esclarecida la importancia vital del phrónimos en lo relativo a la constitución y modo de ser de las virtudes.  No obstante, la relación entre la prudencia y las otras virtudes morales, no es una relación asimétrica o unilateral, sino de mutua reciprocidad.  En una palabra, se trata de una compenetración profunda entre logos y ethos.  Y ésta corrobora las mismas expresiones del estagirita: “No es posible – dice – ser hombre de bien, en el sentido más propio, sin prudencia, como tampoco prudente sin la virtud moral”[26].  Por tanto, “la idea de que la virtud puede ser completa sin la sabiduría práctica es errónea porque reposa en el desconocimiento de su dependencia mutua”[27].  Si anteriormente dijimos que la phrónesis es la condición “sine qua” de la virtud moral, ahora con entera legitimidad podemos decir también lo inverso: que ésta es la condición “sine qua” de aquélla; puesto que, ya está señalado la interdependencia de ambas.  En fin de cuentas, “la virtud, no menos que el vicio, es, en su razón acabada, una consonancia (una “sinfonía”, dice literalmente Aristóteles) entre el apetito sensitivo y el apetito racional.   He aquí por qué Aristóteles acaba por decirnos que la obra moral del hombre no se consuma sino por la colaboración entre la prudencia y la virtud moral, y que la virtud propone el fin recto, y la prudencia, por su parte, los medios conducentes”[28]
Ahora bien, es oportuno subrayar la condición predominante de la phrónesis sobre las virtudes morales; esto parece paradójico, o a lo mejor contradictorio, pero es que la reciprocidad y la interdependencia no necesariamente significan igualdad, y cuando hablamos de la primacía de la phrónesis estamos hablando en el sentido de que ella produce o coordina, como el director de una sinfonía, la gran obra de la virtud humana.  En otras palabras, “la prudencia supone la capacidad de sopesar los bienes parciales unos con otros y de establecer una posible armonía entre ellos en su conjunto”[29].  Asimismo, Aristóteles refiere a la prudencia como el faro y luz de la conducta, “ojo del alma”, según la bella comparación; pero su fuerza visual, su “hábito”, le viene de la salud del organismo, esto es, de la virtud moral[30].  Es más, la prudencia es el artista de la vida moral del hombre; de aquélla espera ésta su configuración última, su acabado formal.  Entretanto, hace mención también de las virtudes naturales, éstas, sí, son completamente independientes de la prudencia, ya que no se adquieren por la “héxis”, sino se nace con ellas; “todos piensan que cada uno tiene su carácter en cierto modo por naturaleza, y, efectivamente, somos justos, moderados, valientes y todo lo demás desde que nacemos; pero no obstante buscamos algo distinto de esto como bondad suprema, y poseer esas disposiciones de otra manera”[31].  Si hay esa posibilidad de que las virtudes naturales sean independientes de la phrónesis, las virtudes morales no pueden, porque “toda virtud moral implica la sabiduría práctica, y la sabiduría práctica implica todas las virtudes morales”[32].   Es tanto la compenetración que sin la phrónesis no puede ejercerse ninguna de las virtudes de  carácter, y a la inversa, el ejercicio de la phrónesis requiere la presencia de las virtudes de carácter; de otro modo degenera o resulta ser solamente un género de astucia susceptible de enlazar medios para cualquier fin, antes que para aquellos fines que son auténticamente buenos para el hombre[33].
Concluyendo ya, esta parte del tema, quisiera retomar y desde luego, recalcar aquella clásica y eminente definición que hace Aristóteles de la virtud.  Con todo, ésta consiste en actuar según el justo medio (mesótes) y el criterio del justo medio es la regla recta (orthós lógos).  Pero ahora la gran cuestión es ¿qué es y en qué consiste la regla recta?  Curiosamente Aristóteles no nos da ningún otro medio concreto para reconocerla, si no es el recurso al juicio del hombre prudente.  Pero el hombre prudente, como ya hemos visto, no es en cuanto tal ni un sabio ni un erudito: no estando dotado de ninguna familiaridad especial con lo trascendente, se mueve al nivel de lo particular y fija a cada uno el justo medio que responde a su particularidad.  El prudente sabe lo que es bueno “para nosotros” (prós emás); pero la ciencia del Bien en sí o de la Medianía en sí no le serviría para determinarlo más de lo que la ciencia de la salud en sí sirve al médico cuando se trata de curar a Sócrates o a Calias.  Así pues, el hombre prudente, a pesar de todos los atenuantes, no es sólo el intérprete de la regla recta, sino que “es” la regla recta misma, el portador viviente de la norma.  He allí el fundamento donde radica justamente la estrecha relación entre la phrónesis y las virtudes morales.

LA PRUDENCIA SEGÚN OTROS AUTORES.
Habíamos hecho ya manifiesto, que el término phrónesis no es una innovación propia, singular o característica de Aristóteles.  De antemano ya había sido usado por Platón para referirse a un sano juicio, o en todo caso, a un hombre que es moralmente juicioso o sano.  Desde luego, para Platón la prudencia era sinónimo de la sabiduría y formaba parte de las cuatro virtudes principales (cardinales) ya conocidas.  La originalidad de Aristóteles está en haber atribuido a la prudencia un significado distinto a la de Platón.  En un primer paso, Aristóteles circunscribe la dimensión propia de la phrónesis y la distingue de la sabiduría (que consiste en conocer) y del arte (que consiste en hacer).  En un segundo momento, considera que la phrónesis es un punto de cohesión entre la parte teórica y la parte práctica, es decir, la fusión entre el apetito racional y el apetito sensible.  Empero, no son los únicos autores que han tratado al respecto, por el contrario en toda la historia de la filosofía, por ende, de la ética, ha habido muchos autores que han centrado su atención al tema de la prudencia y obviamente unos más que otros.  Así tenemos, por ejemplo, a los estoicos.  En la concepción estoica encontramos nuevamente a la prudencia fundida en la sabiduría.  Prudente y sabio se le llama a quien en cualquier asunto puede percibir con toda claridad lo más verdadero.  Por tanto, no menos que la sabiduría, la prudencia se aplica al conocimiento claro y hábil de la verdad.  Por otro lado, “en los estoicos, la conexión de las virtudes es más nominal que real, como quiera que para ellos la misma pluralidad de virtudes es en el fondo algo nominal,  reduciendo como reducían todas ellas a la virtud del “sabio”, de tal modo que en realidad había una verdadera confusión.  Por otra parte, y como para la ética estoica no había término medio entre perfección y vileza, entre el sabio y las parias de la virtud, la conexión de las virtudes aparecía legada a un estado de sublimidad moral prácticamente inaccesible al común de los hombres”[34].
Otro de los autores que ha abordado el tema con mayor énfasis es santo Tomás de Aquino, el cual declara de plano la primacía de la prudencia sobre las otras virtudes y considera que la prudencia es virtud de todo punto necesaria para la vida humana.  Asegura que, aunque cada virtud posee su materia o esfera particular, las virtudes de la justicia, fortaleza y templanza están dirigidas por la prudencia.  Es decir, la prudencia es absolutamente la principal de todas las virtudes, siendo las demás principales cada una en su género[35].  Deliberación, juicio y mandato son, en efecto, los tres actos necesarios de la prudencia, según dice Santo Tomás, y el último de ellos es el principal[36].  Al afirmarlo así, Santo Tomás ha sido fiel a la doctrina aristotélica, pues si bien en un lugar de la Ética a Nicómaco leemos que la deliberación es lo propio del prudente posteriormente dice Aristóteles con no menor energía que la prudencia es imperativa, ya que su fin consiste en determinar lo que debe o no hacerse[37].
Otro filósofo que ha tratado el punto, con considerable detalle, es Kant, quien en su texto, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, introduce, en primera instancia, la distinción entre imperativos hipotéticos e imperativos categóricos.  Si la acción que ordena el imperativo no es buena más que como medio para alguna otra cosa, el imperativo es “hipotético”; si es representada como buena en sí, sin relación a un fin distinto de ella misma, el imperativo es “categórico”.  La distinción de lo categórico y de lo hipotético, que expresa la oposición entre lo incondicionado y lo condicionado, está tomada de la tabla de los juicios, en cuanto éstos son contemplados desde el punto de vista de la “relación”.  En base a esto Kant pasa a hablar de la prudencia, a la que considera “como una habilidad en la elección de los medios conducentes a alcanzar el máximo bienestar, o la propia felicidad”[38].  Como la acción no es ordenada absolutamente, sino como medio para otro propósito, el precepto se convierte en un precepto “hipotético”, esto es, condicionado.  Kant habla de dos sentidos de prudencia.  Primero, la prudencia se trata de un conocimiento mundano o habilidad para influir sobre otras personas a fin de emplearlas para los propósitos que se tengan en vista.  Segundo, concibe a la prudencia como aquella que consiste en una sagacidad para combinar todos esos propósitos para el propio beneficio duradero.  Sólo este último sentido es aceptable “moralmente”; en rigor, en el sentido primero no se es prudente, sino simplemente hábil o astuto, lo cual no es incompatible con ser imprudente.
Shopenhauer, es otro autor, que toca el tema, grosso modo, éste “afirmaba que el buen sentido o prudencia significa exclusivamente el entendimiento a las órdenes de la voluntad.  Lo que constituye específicamente la prudencia es una rápida comprensión de las relaciones de acuerdo con las leyes de causalidad y la motivación”[39].  En consecuencia, todo lo referido nos hace entrever que, la cuestión de la prudencia en la medida que no ha sido resuelto de lleno, deja un espacio para el diálogo, para el debate.  Sin embargo, lo señalado por Aristóteles es la que aparece con mayor sustento y más cercano a la vida cotidiana de los hombres, ya que en cada momento estamos tensionados a elegir el justo medio para alcanzar el justo fin que nos proponemos para vivir una vida buena.

CONCLUSIONES
Primero, el planteamiento aristotélico con respecto a la prudencia es, en gran medida, una tesis original; puesto que, nadie como Aristóteles había tenido la suficiente osadía de abordar con tanto interés la importancia de una gran virtud como es la phrónesis.  Las características que la enaltecen son, sobremanera, dos, a saber, por un lado, que la prudencia no delibera el fin justo o adecuado para el hombre, sino el medio oportuno que nos conduce a ese fin.  Y por otro, está, que el objeto de la prudencia siempre es, “el bien del hombre”, aquello que es “bueno para el hombre”.
Segundo, otra de las características en la que se asienta la importancia de la phrónesis, es su estrecha conexión con las virtudes éticas.  La prudencia implica necesariamente a las otras virtudes y éstas a su vez a aquélla.  Es tanto su interdependencia que hasta se llega a afirmar categóricamente que no existe una sin las otras; pero esto sin negar la función rectora y armonizadora de la prudencia; dado que, ella es el punto de confluencia entre el ethos y el logos.  En última instancia, la ética consiste en esa articulación, esto es, en la profunda compenetración entre la phrónesis, que participa de la parte deliberativa (buleutiké), y la parte deseosa (orektikón) del alma.  Por lo mismo, se dice que ética es, deseo inteligente o inteligencia del deseo.
Tercero, lo que hayan dicho otros autores  respecto de la prudencia, carece de importancia si no han tenido en estima, porque en último término, a mi modo de ver, la ética de la prudencia, aunque no se le llame necesariamente con ese nombre, es lo más explicativo y la más aplicada por los hombres.  Ciertamente, no es inapropiado admitir la existencia de principios o normas universales, pero lo propio del hombre es que está más sujeto a circunstancias o casos particulares, contingentes, singulares y allí, además de principios universales (que sí existen) hace falta necesariamente la prudencia.
Por último, quizá sea demasiado decir, pero mi percepción personal, en base a todo lo referido en el trabajo, es que la felicidad (eudaimonía) ya sea práctica o contemplativa no existe sin la prudencia.  Si bien Aristóteles habla de dos modos de felicidad, según mi parecer, está pretendiendo plantear, que fundamentalmente hay dos modos de vida en los hombres.  Hay otros que se dedican más a lo práctico y otros que se dedican más a lo teórico, y en cada parte hay la felicidad correspondiente, ya que ella es el fin supremo de todo hombre.  Ahora bien, el objeto de la prudencia es el bien del hombre práctico como teórico.  En ese sentido, el bien del hombre práctico como del teórico supone necesariamente la prudencia.  Si la felicidad del hombre teórico consiste en dedicarse a la teoría, especulación y contemplación, pero sin embargo si ésta prescinde de la prudencia ya no sería felicidad, porque como indica Aristóteles, “dice la gente, de Anaxágoras, de Tales y de los hombres como ellos, que son sabios, no prudentes, porque ve que desconocen su propia conveniencia, y dice de ellos que saben cosas extraordinarias, admirables, difíciles y divinas, pero inútiles, porque no buscan lo bienes humanos”[40].  Ahora la pregunta es ¿cómo pueden ser felices si no buscan los bienes humanos, y más todavía si desconocen su propio bien?  La respuesta es, una vez más, que sin prudencia no hay ni felicidad práctica ni felicidad teórica.  El hombre que se dedica a las cosas teóricas, pero que no es prudente, podrá ser sabio, pero no feliz.


[1] ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco, Edición bilingüe y traducción de María Araujo y Julián Marías, introducción y notad de Julián Marías, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2002. VI, 13, 1145a. (en adelante E.N.)
[2] Ibíd. VI, 12, 1143b.
[3] Ibíd. VI, 12, 1144a.
[4] PLATÓN. República. Introducción, traducción y notas de Conrado Eggers Lan, Madrid, Gredos, 1986. VI, 428a y sigs.
[5] FERRATER MORA, José.  Diccionario de Filosofía (t. III), Barcelona, Ariel, 2002, p. 2944.
[6] AUBENQUE, Pierre.  La prudencia en Aristóteles, Barcelona, Crítica, 1999, p. 16.
[7] Ibíd. p. 16.
[8] YARZA, Sebastián. Diccionario: Griego-español, Barcelona, Sopena, 1972.
[9] E.N., I, 13, 1102b.
[10] Ibíd. VI, 1, 1139a.
[11] LLEDÓ I., Emilio.  “Aristóteles y la ética  de la Polis”, en: Historia de la ética (t. I), De los griegos al Renacimiento. Ed. CAMPS, Victoria, Barcelona, Crítica, 1999, p. 168.
[12] VIANO, Carlos Augusto. Ética, Barcelona, Labor, 1977, p. 35.
[13] Observación del profesor del curso de Ética, Miguel Giusti, de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, especialidad Filosofía, de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
[14] E.N. VI, 5, 1140b.
[15] Ibíd. VI, 5, 1140b.
[16] Ibíd. VI, 5, 1140a. (en cursiva es mía).
[17] Ibíd. VI, 5, 1140b.
[18] LLEDÓ I., Emilio. Op. Cit., p. 175.
[19] Ibíd. p. 174.
[20] E.N. VI, 7, 1141b.
[21] Ibíd. VI, 10, 1143a.
[22] Ibíd. VI, 10, 1143a.
[23] Ibíd. VI, 12, 1144a.
[24] Ibíd. VI, 12, 1143b.
[25] Ibíd. II, 6, 1107a.
[26] Ibíd. VI, 13, 1144b.
[27] ROSS, W.D. Aristóteles, Traducción de Diego F. Pró, Buenos Aires, Sudamericana, 1957, p. 314.
[28] GÓMEZ ROBLEDO, Antonio, Ensayo sobre las virtudes intelectuales, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 195.
[29] GUARIGLIA, Osvaldo.  La ética en Aristóteles o la moral de la virtud, Buenos Aires, Eudeba SEM, 1997, p. 195.
[30] E.N. VI, 12, 1144a.
[31] Ibíd. VI, 13, 1144b.
[32] ROSS, W.D. Op. Cit., p. 314.
[33] MACINTYRE, Alasdair. Tras la virtud, Traducción castellana de Amelia Valcárcel, Barcelona, Crítica, 1987, p. 195.
[34] GOMEZ ROBLEDO, Antonio. Op. Cit., p. 204.
[35] S. theol. I-II, q. XLI, 3.
[36] S. theol. I-II, q. XLVII, a. 8.
[37] E.N. VI, 10,1143a.  “La prudencia es normativa: qué se debe hacer o no, tal es el fin que se propone”.
[38] BLÁZQUEZ, Feliciano.  Diccionario de las ciencias humanas, Navarra, Verbo Divino, 1997, p. 403.
[39] FERRATER MORA, José. Op. Cit., p. 2945.
[40] E.N. VI, 7, 1141b.

BIBLIOGRAFIA
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  2. ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco, Edición bilingüe y traducción de María Araujo y Julián Marías, introducción y notad de Julián Marías, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2002.
  3. v  AUBENQUE, Pierre.  La prudencia en Aristóteles, Barcelona, Crítica, 1999.
  4. v  BLÁZQUEZ, Feliciano.  Diccionario de las ciencias humanas, Navarra, Verbo Divino, 1997.
  5. v  FERRATER MORA, José.  Diccionario de Filosofía (t. III), Barcelona, Ariel, 2002.
  6. v  GÓMEZ ROBLEDO, Antonio, Ensayo sobre las virtudes intelectuales, México, Fondo de Cultura Económica, 1986.
  7. v  GUARIGLIA, Osvaldo.  La ética en Aristóteles o la moral de la virtud, Buenos Aires, Eudeba SEM, 1997.
  8. v  LLEDÓ I., Emilio.  “Aristóteles y la ética  de la Polis”, en: Historia de la ética (t. I), De los griegos al Renacimiento. Ed. CAMPS, Victoria, Barcelona, Crítica, 1999.
  9. v  MACINTYRE, Alasdair. Tras la virtud, Traducción castellana de Amelia Valcárcel, Barcelona, Crítica, 1987.
  10. v  PLATÓN. República. Introducción, traducción y notas de Conrado Eggers Lan, Madrid, Gredos, 1986.
  11. v  ROSS, W.D. Aristóteles, Traducción de Diego F. Pró, Buenos Aires, Sudamericana, 1957.
  12. v  VIANO, Carlos Augusto. Ética, Barcelona, Labor, 1977.
  13. v  YARZA, Sebastián. Diccionario: Griego-español, Barcelona, Sopena, 1972.



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